Esa tarde llegó Oscar Medrano a Chimbote, acompañado de Gastón Agurto, redactor principal de Caretas, para reportar un curiosísimo evento que abriría las puertas del Centro Federado de Periodistas local a los sacerdotes que habían sacado los pies del plato y llevarían a sus esposas e hijos al llamado "Ier Congreso Nacional de Curas Casados" .
Oscar Medrano, en el Instituto Cervantes de Nueva York. |
Corría junio de 1983 y ese día las fábricas de harina de pescado habían detenido sus usinas.
Medrano llegaba con un cargamento impresionante a cuestas: tres cámaras fotográficas, películas en color, blanco y negro y diapositivas y -eso me parecía- medio centenar de lentes, con mas kilos de peso que hoy, que le hacían inclinar el cuerpo ligeramente al costado.
Era la primera vez que alternaba con un fotógrafo "de verdad" y decidí pedirle consejo.
En mis manos tenía mi segunda cámara fotográfica, una Ricoh, totalmente manual, con una lente normal, de 50mm, de gran luminosidad, que había comprado de segunda mano.
La primera fue una Halina Roy, de mala calidad, comprada 15 años atrás a unos vendedores ambulantes y todavía me sorprendo que aquellas fotos hayan resistido el paso del tiempo.
Se la enseñé a Oscar Medrano, cuya profesión inició en el cuarto obscuro de los periódicos
peruanos como nos comentó a los colegas durante la presentación de la exposición de homenaje a sus 50 años de trabajo profesional en el Instituto Cervantes de Nueva York, y recibí mi primera clase de fotografía práctica.
Insertó una película de blanco y negro, de 400 asa, y me puso los controles de mando en una determinada posición. Empieza allí, me dijo. Y empecé, pero sobre todo empecé a mirar con detenimiento sus fotos que aparecían en la revista Caretas cada semana.
El arte fotográfico de Oscar Medrano, premio mundial de fotografia del año 1974 por la agencia UPI, está, que duda cabe, a la altura de los fotógrafos de las grandes agencias del mundo. Tienen la cualidad de la originalidad, el arrojo, la precisión técnica y la frescura de un buen ceviche.
Una de las pocas veces que lo he visto trabajar me sorprendió verlo entrar al escenario y mientras el enjambre de fotógrafos seguía al personaje X, el tomaba una ubicación inusual. Y esperaba, esperaba, hasta que el personaje X aparecía justo en el lugar que esperaba para que la composición, la luz y el disparo den vida a la fotografía crucial que ilustrará la nota.
Años más tarde, explicó en una entrevista que aquella casualidad era en realidad un trabajo
cuidadosamente planificado: visitaba el lugar del acontecimiento anteladamente, uno o dos días antes, y estudiaba la posible ruta del personaje o del evento, probaba la luz, ensayaba encuadres, igual que los pintores hacen un 'estudio" para un cuadro.
Todo aquel que ha hecho reporterismo gráfico ha tenido un trato con esa deidad fatal que es la muerte, uno de los grandes temas del periodismo y de la vida.
Más a Medrano ese tema lo persigue. Cómo olvidar sus instantáneas de las de corridas de
toros, en la Plaza de Acho, que reflejaban la lucha bravía entre Manolete, Dominguín o Manzanares y la nobleza de las bestías de 300 o 400 kilos, que su lente captaba.
Allí la muerte acechaba, acecha, a cara pelada. Enfrentando la fuerza monumental del novillo, en toda su intensidad muscular, al torero que finamente, con capa y espada,lo burlaba. Ambos, mirándose a los ojos, miden sus talentos. Click. Para ambos, el toro y el torero, el lente de Medrano tenía el mismo respeto. La misma humanidad.
El instante crucial no se dejaba esperar: el toro amenazador parado en sus patas traseras recibe la estocada mortal, abiertas las fauces esperando la moneda para Caronte. Click.
El público no terminaba de abandonar los tendidos y el deber llamaba nuevamente a Medrano. Tomaba el avión a Ayacucho, al otro Perú, pasando a retratar con igual intensidad, y mayor riesgo, los atentados y tropelías contra los Derechos Humanos de los comuneros olvidados que nunca pisarían La Plaza de Acho.
En esas fotografías, los comuneros vuelven a emitir los mismos lastimeros gritos que los personajes de Ciro Alegría en "El Mundo es Ancho y Ajeno", los mismos quejidos milenarios.
Ese retrato del Perú, en su complejidad, en sus abismos sociales, en sus alegrías y sus tristezas, ese trato no solicitado con la muerte ha tenido que dejar una huella honda en Medrano.
Pero, no. Pese a todo lo visto y vivído en 50 años de trabajo periodístico, mantiene en la mirada un talante sereno, una paz sin rendiciones (fin).
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