Saturday, September 02, 2006

Nueva York, ciudad de sueños


Por: Gery Vereau
El reciente asesinato del periodista Martín Barreto nos avisa sobre los riesgos de las relaciones peligrosas, en las calles de Nueva York. Y algo más. Un aparentemente inofensivo ligue con Edwin Ramos, del cuál Barreto no sabía que era un ex-presidiario y presunto adicto a la heroína, la droga más directamente relacionada con el Sida, por el uso sin cuidado de las jeringas inyectables, terminó con su vida.

Un amiga irlandesa que vive en Brooklyn -ella había aprendido español en Madrid- se quejaba no hace mucho de que la ciudad de Nueva York ya no era la de antaño, en la que se podía salir a una barra y tener un encuentro ocasional sin mayor riesgo. “Ahora con lo del Sida, uno tiene que andar con mucho cuidado, además uno nunca sabe que puede pasar...” me dijo.

En realidad una ciudad grande como Nueva York, donde existen miles de personas de distintos orígenes no tiene porque ser diferente de otras urbes donde cada día llegan nuevos habitantes con una cultura, un pasado y un modo de pensar para muchos desconocido. Llega mucha gente con grandes cualidades creativas como Charlie Chaplin o Albert Einstein, Madonna o Antonio Banderas o Salma Hayek y muchos otros que, con su ingenio y trabajo, se han hecho grandes y han contribuido al crecimiento de los Estados Unidos. La mayoría estuvieron, están, dotados de aquello que se ha dado en llamar el fuego inmigrante que, sin duda, también poseía Martín Barreto.

Pero también llegan de los otros, de aquellos que medran en la oscuridad, que no eligen el trabajo persistente, que no exprimen el jugo de sus posibilidades creativas, que prefieren una vida “cómoda”, que sucumben ante las primeras dificultades. Que, vencidos, como Edwin Barreto, se echan en los brazos de los estímulos artificiales, como la droga. Y delinquen.

Nueva York es una ciudad con muchas historias, decía mi amiga irlandesa. Si, pero por cada historia exitosa hay miles de historias anónimas de personas, hombres y mujeres, que se rindieron, que no lucharon un poco más, que no trabajaron un poco más, que no crearon un poco más, que aceptaron la derrota antes de tiempo y, como en el cuento de Truman Capote, vendieron sus sueños y cuando los fueron a recuperar ya era demasiado tarde; porque ya habían sido usados.

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